RECORDANDO LO DESCONOCIDO
“Andábamos sin buscarnos
pero sabiendo que andábamos
para encontrarnos”
Julio Cortázar. / “Rayuela.” , Capítulo II
Frente a una realidad vacía y superficial, sin claridad de conceptos y con valores equívocos y efímeros, la obra de Mónica Goldstein nos augura un estado de “anamnesis” para la búsqueda de una memoria que desconocemos pero que está.
El Trueno. En el Tiempo del Trueno nos despertamos y nos conmovemos, en nuestro presente inmóvil.
¿Recuperaremos lo perdido, lo olvidado?
¿Recuperaremos por medio de las imágenes la energía que dio origen al principio?
Trueno. Obstinados Truenos. Señal sonora de la Palabra. La palabra como nuestra cárcel.
La Palabra de Mónica supera los límites de la conciencia, escuchamos el silencio que grita, el sordo sonido de la voz.
La palabra arbitraria que se superpone libremente sobre la palabra, una sobre otra, creando un palimpsesto que sin anular, sin borrar lo ya dicho, se ordena libremente en un espacio y en un tiempo circular e infinito.
La infinita inmensidad del sentido de cada signo.
Tiempo de Anunciación.
Mónica crea la palabra estéticamente poética con un código propio pero que todos conocemos. Es una palabra que nace del punto mágico del color en un espacio ignorado-deseado.
En cada palabra nace la duda, la duda que nos acerca a la insoportable certeza de la vida y de la muerte.
Jung nos da una mano y dice: “los sueños no son adquisiciones personales, sino residuos de una psique colectiva anterior “. (1)
Las imágenes de Mónica descansan en nuestra memoria “como un fundamento anímico de naturaleza suprasensorial existente en todos los hombres.” (2) . Son estos arquetipos, formas arcaicas dadas a priori que reconocemos al verlas.
La obra de Mónica no es para ser colgada, sino para ser vivida. Nos busca a cada uno de nosotros como únicos capaces de entrar y salir arremolinando ideas, oliendo el viento, mirando un sonido, llorando una lágrima, tocando con la mirada, nos anudamos a su Vórtice creador desde donde se expande la energía que al final se encuentra en un punto. El vorticismo lírico de su dibujo y de su color desparrama a nuestro alrededor papeles al viento, que tomamos sabiendo de antemano que son los nuestros.
Ya todo existe. Mónica con su arte logra arrancar desde su más profundo cielo lo que nos presenta la ausencia.
En su taller aparece el bosque de papel. Ella lo ama, lo acaricia, lo abraza, lo transforma, lo destruye y le saca desde el alma la esencia, a la manera en que Miguel Ángel trabajaba su mármol. Ella conoce las texturas, las observa, las manipula hasta determinar lo que son y lo que deben ser.
No mueren jamás porque hablan de lo eterno.
Sólo me queda proponerles esta experiencia estética. Así sea.
(1) Jung, C. G. Psicología y Símbolo del Arquetipo. Barcelona. Ed. Paidós. 1989. Pág. 208
(2) Jung, C. G. Arquetipos e Inconsciente Colectivo. Buenos Aires. Ed. Paidós. 1984. Pág. 10
Lic. Salvina Sollima de Tamborini / Lic. en Historia del Arte / 1998